Hace cuarenta y cinco días estallaron
en diferentes partes de Venezuela protestas ciudadanas que buscan una respuesta
del gobierno de Nicolás Maduro al
desabastecimiento de productos básicos, la inflación y la violencia. Las
primeras semanas de estos acontecimientos fueron cubiertas por los medios internacionales,
algunos de los cuales fueron censurados y expulsados de la república
bolivariana por transmitir una versión diferente a la gubernamental. La
respuesta del gobierno ante las variadas muestras de inconformidad ha sido
cerrar filas en defensa de la revolución bolivariana acusando a los líderes
opositores de fascistas y representantes de intereses foráneos que tienen como
única finalidad desestabilizar el joven gobierno del heredero político de
Chávez. Por la magnitud del movimiento ciudadano que expresa inconformidad por
la actual situación del país, el gobierno comprendió que debía apuntar a una
batalla de desgaste, en la cual el pasar de los días corre a su favor y la
demostración de una aparente estabilidad terminara haciendo ceder por cansancio a los opositores. En desarrollo de esa tarea ha logrado
triunfos diplomáticos como volver invisible la situación ante instancias como
la OEA o Unasur, además de disminuir el interés de los medios de comunicación internacionales
en la situación que fue noticia de
cubrimiento especial hace un mes pero hoy se
ha convertido en un reporte diario monótono y repetido en el cual se informan de
marchas y escaramuzas matutinas, como si dichas situaciones correspondiera a la
normalidad en la vida del país. Lo anormal se volvió normal y los reportes
hacen referencia de las diferentes concentraciones en contra del gobierno con
la misma naturalidad que informan sobre el clima o los resultados del fútbol.
Desafortunadamente para los ciudadanos venezolanos que esperan y aspiran vivir en una nación donde tengan acogida ideas
diferentes a las chavistas ha llegado el momento de notificarles que se encuentran
solos en su lucha y ninguno de los gobiernos democráticos del continente está
dispuesto a arriesgar nada para no digamos apoyar sino siquiera visibilizar la
situación que vive su país. Panamá es el mejor ejemplo del tratamiento que el
gobierno revolucionario le dará a cualquier Estado que ponga sobre el tapete el
tema de la situación venezolana. Así le responde Latinoamérica a la tierra de
donde salieron los hombres y mujeres que lucharon por la independencia de
España hace dos siglos.
Causa desconcierto el estado
de un país que durante los últimos tres lustros ha recibido los mayores
recursos de su historia por el valor del barril de petróleo superior en un
1.000% al momento de la llegada de Chávez al poder. El argumento según el cual
las marchas son auspiciadas por la oligarquía huérfana de poder que quiere
retomar el mando del país se caen por su propio peso. Los venezolanos más
adinerados que no se alinearon con el gobierno salieron hace mucho tiempo del
país y establecieron sus negocios en otras naciones. El capital humano mejor
calificado también emigró o está en proceso de salida del país. Las marchas de
hoy están conformadas por personas de clase media que se resisten a creer que
la única posibilidad de tener trabajo e ingresos en su país estén directamente
relacionadas con pertenecer al PSUV, vestirse de rojo, aplaudir al déspota de
turno y hacer juramentos ante la bandera del “padre eterno de la revolución”.
Causa escalofrío a un ciudadano de un país democrático que su país tenga como referencia
la Cuba de los hermanos Castro que llevan más de medio siglo en el poder
logrando convertir lo anormal en normal. Para algunos venezolanos la derrota de
este movimiento puede ser el motivo para confirmar la pérdida de su país. Para
quienes no puedan emigrar será la continuación de un régimen que desde la lista
Tascón ha demostrado que no se olvida de sus opositores. Todo lo anterior
ocurre ante el silencio cómplice de los gobiernos del continente, los mismos
que se encargan de señalar continuamente los males de las desastrosas
dictaduras de la segunda parte del siglo XX en América Latina pero no tienen ningún reparo en sentarse a
manteles con dictadores como los Castro ni tampoco en voltear la vista hacia
otro lado para no ver las violaciones a los derechos humanos en Venezuela. Si
él déspota tiene ideas de derecha es un dictador pero si tiene ideas de
izquierda es un revolucionario.
Quienes aspiran a
vivir en un país diferente al modelado por Chávez, Maduro y compañía no cuentan
con ninguna instancia internacional donde siquiera puedan denunciar los excesos
del régimen. El sistema interamericano de derechos humanos está demostrado su inutilidad
y es irrespetado por los jefes de Estado que no comparten sus decisiones. Colombia
que hasta hace una semana cumplía las decisiones de la Comisión y la Corte
Interamericana de Derechos Humanos ya se unió al club de países que acata estas
decisiones de acuerdo a la conveniencia de los mandatarios de turno. La manera
grotesca como Santos tomo por asalto la Alcaldía de Bogotá nombrando como mandatario a su Ministro de Trabajo y
dedicado a resolver los problemas de la ciudad en pocos días con la finalidad
de obtener réditos para su campaña electoral es repugnante. Nada diferente
puede esperarse del mismo personaje que hace dos años alabó la reforma a la justicia por la noche y
en la mañana salió a hundirla con el pretexto de haber sido engañado. Para
lograr su reelección no ha tenido problema en subirse en hombros de reconocidos
corruptos, de los cuales se hace fotografiar en público. Ante la inminente
reelección del actual presidente, nuestros vecinos pueden tener la seguridad que
Colombia jamás realizara ninguna acción que pueda dañar su relación con el
anfitrión de los jefes de las farc. El oportunismo y la posibilidad de sacar ventaja de la actual
debilidad del gobierno venezolano serán las motivaciones para actuar de la mayoría
de los gobiernos del continente. Los venezolanos están volviéndose protagonistas
del cuento “El Traje del Emperador” de
Andersen, pues aunque su país está cada vez en una situación más ruinosa en
todos sus frentes, nadie en la comunidad internacional se atreve a señalar esto
para no ofender al emperador. Que tristeza estas revoluciones que hacen a los
ciudadanos suspirar por el antiguo régimen. Cuando todo termine, lo único que
sabrán hacer los hijos de la república bolivariana será aplaudir porque si algo ha enseñado la
historia de estos regímenes autoritarios es que liquidan la capacidad de
raciocinio de los individuos y dejan reducida la función intelectual a una sola
cosa: aplaudir