domingo, 20 de enero de 2019

Cuando la guerra es conveniente.




Aunque Iván Duque se posesionó el 7 de agosto pasado, su gobierno arrancó el jueves después del atroz atentado a la Escuela de Cadetes de la Policía Nacional. El presidente vacilante que no parecía tener ningún tema que fuera su referente, encontró con posterioridad al atentado un tema para que su agenda fuera visibilizada por el país. Dos intervenciones en 24 horas, la primera en tono moderado y de estadista y la segunda de candidato presidencial en busca de aplausos y favorabilidad marcan el reinicio de su gobierno. Pareciera haberse reencontrado con sus electores, los cuales comenzando por su mentor aplaudieron a rabiar su segunda intervención, en la cual solicitó al país garante de los diálogos con el ELN la entrega inmediata de los negociadores de ese grupo por el crimen contra la Policía Nacional.
Previo a este nuevo panorama, se había presentado en los últimos dos meses del año pasado la movilización estudiantil que culminó con un acuerdo en el cual el Gobierno se comprometió a aumentar el presupuesto para la educación en los próximos años. Por primera vez en muchas décadas el Estado no tenía la justificación para desechar las pretensiones de los estudiantes consistente en que ella fuera producto de una infiltración de grupos insurgentes que buscaban desestabilizar nuestras sólidas instituciones. Parecía que uno de los principales logros del proceso firmado con las farc era precisamente la recuperación de la protesta social lejana de etiquetas por parte de sus contradictores que tendría como consecuencia la mirada a problemas desechados por años debido al combate contra un enemigo que abarcaba todo el tiempo y fuerzas del gobierno. La lucha contra la insurgencia en los setenta y ochenta , seguida de la lucha contra enemigos públicos como los carteles de Medellín y Cali permitió que muchos debates fueran aplazados indefinidamente. La narrativa actual da cuenta de la historia de un salvador que llegó a inicios de siglo y liberó a Colombia del más infeliz destino gracias a su trabajo dedicado y sereno. El sucesor del ungido resolvió poner fin por un acuerdo político al mayor enemigo de nuestro salvador y ello desencadenó la ira de su auspiciador, quien regresó a la política para imponer su evangelio y erradicar de faz de la tierra esa falsa doctrina según las cual, es mejor resolver las cosas hablando. De esta manera, su tarea el último lustro ha sido demostrar que nada más perjudicial para el país que la desmovilización de un grupo insurgente. A pesar de haber ganado la presidencia por interpuesta persona, era evidente que su relato era incompleto sin un enemigo al cual doblegar. Trataron de presentar un iletrado disidente de las farc como la encarnación del mal pero al parecer ese relató no fue registrado ni por su áulicos más fieles. El pasado jueves, a pocas horas de ocurrido el demencial ataque contra los policías, nuestro salvador decía sin asomo alguno de vergüenza ni escrúpulos que la causa última de este infame ataque era el proceso de paz. Hoy, después de marchar, y antes de ir a misa como buen cristiano, repitió en cuanto micrófono pudo que los atentados eran consecuencia de los premios dados a las farc en el pasado y que dicho error no se podía repetir.
Tener un enemigo que vencer desde hace medio siglo  ha permitido desviar la atención del país de asuntos fundamentales con la finalidad que gobierno tras otro hagan lo que quieran mientras nos defienden. Gaviria vendió medio país mientras nos salvaba de Escobar, Samper permitió que los políticos que lo sostuvieran se robaran instituciones públicas mientras lideraba la guerra contra las drogas. Pastrana y Uribe llegaron al poder por las farc (uno para negociar con ellas y el otro para combatirlas) y Santos llegó a la presidencia a continuar el legado del hombre que “partió “ la historia en dos según nos informa el último comercial de su partido, el centro democrático. Duque llegó  a la presidencia y al no tener un enemigo al cual vencer corría la desventura de tener que comenzar a tratar asuntos aplazados por años. Por suerte para él y su jefe, los hechos del jueves permiten poner las fichas del juego en orden de nuevo. Su misión es comandar la guerra contra el caduco, intolerante, sectario y asesino ejecito de liberación nacional de cuya victoria depende el futuro de la república. Debido a que muchos de los ancianos comandantes de este grupo residen en Venezuela, el siguiente paso será solicitar su entrega so pena de acusar esa nación de encubridora de terroristas y subir aún más la temperatura de esa olla de presión que es el país vecino.
Y ¿las discusiones sobre educación, reformas, fiscal cuestionado, aportes ilegales de Odebrecht a las dos últimas campañas presidenciales,? Quedaran a un lado. Llegó el momento de concentrarse en nuestro único objetivo para seguir siendo un Estado viable: la guerra contra el ELN y las disidencias de farc.  Lo demás puede esperar otros cincuenta años.