Transcurrida la quinta parte
del mandato de Iván Duque se siente un vacío de poder que tiende a
incrementarse día a día. El presidente fue incapaz de construir un proyecto
nacional y debido a su debilidad política, el único refugio disponible es el partido político de propiedad de su mentor,
el cual tiene como norte la división del
país y la venganza hacia Juan Manuel Santos, personaje que oso pensar de manera
diferente al caudillo.
El Centro Democrático con su
agenda de retaliación consiguió que el actual Gobierno se convirtiera en una
minoría que carece de votos en el Congreso para sacar adelante la más sencilla
de las iniciativas. En otras palabras, ganó el gobierno y perdió el poder. Y el
presidente, sin galones para contradecir al gran colombiano, ha sido empujado a
iniciar batallas en las cuales ha desperdiciado su escaso capital político. Las
objeciones a la ley estatutaria de la justicia especial para la paz sirvieron
para unificar las dos terceras partes del Congreso en su contra, recibir
criticas del exterior, además de exponer al ridículo a su administración que
concentró todas sus energías en convencer a dos senadoras de negarse a votar el
rechazo a las objeciones presentadas. La decisión de la Corte Constitucional de
la semana que termina le confirmó al gobierno su derrota ya no solo política
sino también jurídica al tomar como propias las interpretaciones legales del
temible secretario del Senado, quien se ha convertido en el oráculo de la
administración en asuntos constitucionales.
El presidente Duque parece ser
una buena persona. De trato respetuoso e informal transmite una imagen cercana
para los ciudadanos. El único inconveniente es que su llegada al cargo que
ejerce no es consecuencia de sus ejecutorias y liderazgo sino que la causa de
su triunfo obedeció al guiño del patrón y al temor a la llegada al poder del
otro caudillo político de la actualidad en Colombia. Sus posiciones políticas
debieron acomodarse al ideario del partido del expresidente y por ello, las
ideas que defiende desde agosto pasado en el poder no son propias sino que
corresponden a la visión de otros, que se encargan cada tanto de recordarle
cuales fueron las circunstancias de su elección. El presidente es rehén del
grupo político que lo eligió y carece de peso político para dar un golpe a la
mesa y reorganizar el Gobierno de acuerdo a sus convicciones. No es algo que
deba sorprender a nadie. Después de la traición de Santos, los aspirantes a
favorito de Uribe fueron notificados de las cargas que debían soportar al
llegar al poder por el favor del ungido. Por ello, quienes albergábamos la
esperanza de algún cambio de comportamiento del actual presidente para sacar
adelante al país en su periodo y no protagonizar una vendetta eterna con las
mismas discusiones del último lustro hemos confirmado que ello jamás ocurrirá. Además,
luego de padecer por diez meses a la libertadora de Venezuela que ejerce
temporalmente como vicepresidenta antes de lanzarse nuevamente a la
presidencia, no queda otra alternativa que esperar la culminación del periodo
del actual presidente.
Lejos de ser un problema, un
presidente débil se convierte en una oportunidad para todos los grupos de
presión que cobraran al gobierno su “apoyo” irrestricto. Colombia no ha
terminado de pagar los cheques girados por el gobierno de Samper mediante los
cuales se regalaron licitaciones, empresas estatales en liquidación, cajas de
compensación, emisoras, ajustes salariales a la rama judicial, entre otros, por
el espaldarazo al último gobierno del partido liberal que al parecer conocerá
la historia. A quien más le conviene la invisibilidad del actual ejecutivo es a
su mentor. Su anterior elegido utilizó los vientos favorables de su popularidad
para volar solo y olvido los sabios consejos del dueño de los votos. Un
presidente con una popularidad en permanente descenso y con el sol a las
espaldas sin haber cumplido siquiera un año de gobierno depende más que nunca
de su “partido” Y el “partido” depende para su existencia de seguir atizando la
hoguera de los mismos conflictos entre los colombianos. Por eso llevamos un año
hablando de un mequetrefe como Santrich, seguimos obsesionados con la JEP y no
debatimos sobre temas que nos puedan unir. Por ello, el tiempo que resta de
este largo gobierno seguiremos discutiendo sobre lo mismo. Tendremos a los senadores
Mejía, Valencia y Cabal insultando en público a los narcoterroristas de las farc, al gobierno hablando a diario del
pacto de impunidad y cada poco recordando el peligro de volvernos como
Venezuela. Todo esto se repetirá eternamente porque la esencia del uribismo
exige la confrontación y el día que esta no exista, ese movimiento desaparece.
Los números de su candidata a la Alcadía de Bogotá dan buena cuenta de lo que
ocurre cuando no pueden vender su libreto.
Quedan tres años más
de obediente gobierno en el cual en la casa de Nariño se firman los decretos
pero en el twitter del gran colombiano se toman las decisiones