Finalizando el 2010 terminaba
su segundo periodo como Presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva con una
popularidad superior al 80% fruto de los resultados económicos y sociales de su
gobierno. Lula logro imponer a su sucesora en el cargo Dilma Rousseff del
partido de los trabajadores. El humilde obrero metalúrgico con ideas de
izquierda que había logrado convertir al gigante de Suramérica en una potencia mundial
se convirtió en un referente obligado de la política suramericana. En agosto
del mismo año, terminaba sus dos periodos en la presidencia de Colombia, Alvaro
Uribe Velez quien gracias a su política de seguridad democrática consiguió
cambiar la inercia del conflicto armado con las farc -amenaza terrorista, en
sus palabras-, además de lograr buenos resultados económicos durante su periodo
gracias a su política de confianza
inversionista que atrajo capitales extranjeros, especialmente en el área de los
hidrocarburos donde se presentó un importante aumento de solicitudes de
exploración y explotación por parte de
multinacionales extranjeras. La elección de su sucesor recayó en su Ministro de
Defensa, quien recibió su guiño y se comprometió a continuar la tarea del
salvador de un Estado inviable. La escena del presidente saliente en la
ceremonia de la posesión presidencial lo decía todo. Uribe entregaba el poder
únicamente porque la Corte Constitucional impidió el grotesco referendo que
pretendía reformar nuevamente la Constitución para establecer la reelección
indefinida. Santos debía recordar quien lo había hecho presidente.
Tanto Lula como Uribe, al
igual que la mayoría de los presidentes latinoamericanos de la primera
década del siglo XXI, contaron con la
fortuna de los elevados precios de los commodities, situación que impacto de
manera favorable en la economía de los países
latinoamericanos. Los gobiernos de cada país crearon relatos en los cuales las
buenas nuevas económicas eran consecuencia de las políticas y decisiones de líderes que estaban cambiando la historia.
El repentino exceso de ingresos permitió
a los gobiernos crear todo tipo de subsidios y fomentar toda clase de
clientelas. Mientras repartían boronas entre la población, las empresas
públicas incrementaban sus presupuestos y se dedicaban a gastar sus recursos
con el derroche como principal meta. En las épocas de vacas gordas, nadie
pregunta por nóminas paralelas ni mucho menos por el costo de los contratos. Los nuevos ricos gastaron como quisieron sus
fortunas y solo la llegada de las vacas flacas permitió conocer el monto de sus
extravagancias. En Brasil, los contratistas de Petrobas se convirtieron en los mayores financiadores
de políticos locales, a los cuales entregaban millonarias coimas por los contratos
obtenidos de la petrolera estatal. En Colombia, hubo una verdadera feria de títulos
mineros, además de registrarse que los Ministros y funcionarios de alto nivel
del ejecutivo pasaron a engrosar las nóminas de empresas mineras y petroleras
al finalizar sus gestiones públicas.
Lula y Uribe parecían dos
figuras intocables, consideradas por algunos como los personajes más
importantes de la historia republicana de sus países. No obstante lo anterior,
las investigaciones por los excesos en Petrobras en Brasil y las actuaciones de diferentes miembros de
ejecutivo en Colombia comenzaron a erosionar la impoluta imagen de ambos
expresidentes. Altos funcionarios enjuiciados, ministros condenados y dudas
sobre el crecimiento patrimonial de
cercanas personas a ambos líderes comenzaron a ser noticias diarias.
Ambos presidentes sacan pecho por los resultados positivos en sus periodos pero
esconden el rostro cuando deben responder por las acusaciones contra los funcionarios
de sus gobiernos. Los mensajes de Lula y Uribe sobre las acusaciones de
corrupción en sus gobiernos podrían confundirse debido a que tienen el mismo
denominador. Son ataques infundados de sus opositores que aliados con el poder
judicial quieren arruinar su “legado”. Las imágenes del allanamiento a la
residencia de Lula y la detención de Santiago Uribe Velez son el capítulo más
reciente de esta historia. Nadie hubiera podido predecir hace seis años que los presidentes
más populares de Colombia y Brasil y su círculo más cercano terminarían tras
las rejas o en procesos judiciales respondiendo por sus actos. En Venezuela robaron tanto que de la mayor
bonanza de su historia solo quedan los videos de las excentricidades del
comandante del humo, en Bolivia las revelaciones sobre las andanzas de Evo y su
excompañera le costaron la derrota en el referendo que pretendía modificar la Constitución
para establecer una reelección perpetua. En Argentina, la expresidente Cristina
Fernández ha sido citada a declarar el próximo mes de abril.
Muchas veces, pensamos que en
nuestros países no pasa nada. Que la justicia es solo para los de ruana. Que
hay personas intocables que no responden por sus actos. Todo eso es cierto.
Pero también debe decirse que nunca se había logrado que al mismo tiempo en
diferentes países se exigieran responsabilidades por vía judicial a los dueños
del poder. Con todas las limitaciones que se quiera, eso está ocurriendo. Aquí
y ahora. No permitamos que nos metan en insulsas peleas políticas sobre las causas
de los procesamientos. La verdadera
revolución es que los poderosos y su círculo respondan ante los jueces por sus
actos. En Colombia no ha pasado en 200 años pero nadie pensaba hace seis que
buena parte del gabinete de Uribe estaría hoy condenada por tradiciones de
nuestra cosecha como el peculado y la concusión. Algo debe estar pasando para
que esto hubiera ocurrido en el periodo del más nefasto fiscal que recuerde la
historia del país.