El turbulento inicio de 2017
en materia de escándalos de corrupción en el Gobierno Nacional en la última
década con participación de funcionarios de filiación uribista y santista ( que
hace un lustro era lo mismo) han
calentado el ambiente y adelantado el inicio de la campaña presidencial.
La reelección de Santos tuvo
un costo inmenso para el erario público. Los caciques regionales que fueron
determinantes en la segunda vuelta electoral de 2014 cobraron su apoyo al
presidente por ventanilla. El elegido vicepresidente tomo para sí los
ministerios de transporte, vivienda y se convirtió en el propietario de la gran
obra pública en Colombia. La concentración de las megaobras en pocas manos y el
castigo a quienes no hiciera la venia al vice-emperador se convirtió en la
nueva ley. Por ello, uno es el trato al contratista del túnel de la línea por
incumplimiento, al cual se le caduca el contrato y se provoca la liquidación de
su empresa y otro es el trato a los financiadores de las campañas del actual
presidente y vicepresidente, quienes lograron por sobornos acceder a la
concesión de la Rutal del Sol II, a quienes se les termina el contrato sin
sanción alguna. Cuando una de las empresas involucradas en el escándalo es del
propietario de El Tiempo, la tercera parte de la banca, el mayor fondo privado
de pensiones y la cuarta parte de las
APP, se presume la tierna inocencia de la organización y todos los órganos de
control a una sola vez ofrecen el salvavidas al dueño del aviso. En
circunstancias como estas, es donde se conoce quien es el verdadero patrón.
En medio de esta situación de
confusión donde a diario se conocen noticias que comprometen a funcionarios y
exfuncionarios de ambos gobiernos, renuncia el vicepresidente para iniciar la
campaña que lo debe llevar a cumplir su destino de ser presidente de la república.
Vargas Lleras tiene el mismo sentido de la lealtad que Santos y las mismas buenas maneras de Uribe. En 2001
salto al uribismo una vez las encuestas dejaron de favorecer a Serpa y permaneció
en el con representación en el gobierno hasta que el gran colombiano promovió
una nueva reforma a la Constitución para su segunda reelección. Al perder en la
primera vuelta de 2010, se unió al candidato Santos y permaneció como ministro
de varias carteras en el primer mandato. Para las elecciones de 2014 aceptó la
inclusión en el tarjetón en compañía de Santos a cambio de manejar con facultades omnímodas el presupuesto de infraestructura del país. Hoy en las calles de algunas
ciudades se le agradece por las casas gratis que regaló el generoso
vicepresidente. Su trato descortés,
clasista y arribista es legendario. Increpa a todo el que no acepta sus órdenes
y no tiene inconvenientes en golpear a sus subalternos para luego pedirles
excusas sin siquiera mirarlos a la cara. En síntesis, es un frankestein
elaborado con partes de Uribe y Santos. Su elección garantiza cuatro años de
mayor concentración económica, autoritarismo y consolidación de élites
regionales que gustan de un presidente que les pida votos, les entregue
presupuesto y nos los vigile ni controle. De ñapa, sus hermanos nos recordarían
a los emprendedores hijos del presidente Uribe.
El vicepresidente inicia la
campaña con una ventaja que lo hace difícil de alcanzar. Un lustro de manejo
del presupuesto, amigos beneficiados que deben cumplir sus compromisos y un fiscal
que pasara su periodo explicando sus inocultables conflictos de interés que le impedirán
indagar sobre las actuaciones de sus jefes políticos son el conjunto de
situaciones perfectas para la llegada al poder de Vargas Lleras, quien por la
mañana es santista y a la noche podría ser uribista.
Se comprueba una vez más que toda
situación mala, es susceptible de empeorar.