Diariamente llegan numerosos
mensajes por las redes sociales donde ciudadanos indignados recuerdan el
pasado criminal de los miembros de las
farc que aspiraran al honorable congreso y la presidencia de la república. No
compartir el repudio de estos compatriotas nos convierte en cómplices de los
narcoterroristas que quieren convertir este paraíso en otra Venezuela gracias a
los blandengues acuerdos logrados por el castrochavista y traidor presidente
Santos, por el cual muchos de estos acalorados votaron en 2010 para impedir que
el loquito de Antanas Mockus llegara al poder e impidiera continuar con la
transformación del país que adelantó la mente más prodigiosa que ha existido
desde que tenga memoria la república: el doctor Alvaro Uribe Velez a quien de
manera sospechosa la Corte Constitucional le quitó la posibilidad de
convertirse en nuestro presidente vitalicio, con el salvamento de voto de dos célebres
magistrados: el doctor Salsa y el hoy procesado Jorge Pretelt.
No creo que nadie en Colombia
necesite que le recuerden que las farc son un grupo de asesinos y
narcotraficantes que perdieron su legitimidad como opción política hace varios
lustros. Las encuestas de opinión demuestran que la favorabilidad de los
candidatos de la antigua guerrilla es tan baja que su pelea en las encuestas es
con el margen de error. El apoyo al acuerdo final suscrito con la guerrilla no
implica en lo absoluto un apoyo a su propuesta política ni mucho menos un altar
para los líderes de un movimiento popular inexistente.
Preocupa eso si el
señalamiento y la satanización de las personas que tengan como ideario político
unas ideas de corte socialista e incluso comunista. ‘¿En que lugar de la
Constitución se proscribieron estas ideologías? La etiqueta de “comunista” en
este país durante muchas décadas ha significado la pérdida de derechos del
etiquetado, comenzando por el derecho a la vida. En pleno siglo XXI se continúa
satanizando la militancia en grupos políticos que defiendan estas tesis. La
primera forma de concretar algún cambio en Colombia es implantando la tolerancia
con las ideas ajenas para enterrar esa tradicional categorización de buenos y
malos que permite a los primeros hacer cualquier cosa para eliminar a los
segundos sin castigo alguno. Resulta obvio que aquellos que hoy defienden la
quema de libros como actos pedagógicos no admitan de manera pacífica que la Constitución
de Caro fue derogada hace 26 años y el pluralismo lejos de ser una utopía se convirtió en uno
de los fundamentos del ordenamiento constitucional.
La manera más sencilla de
terminar de derrotar a la farc es dejándolas exponer su tesis sobre estados
diseñados al modelo cubano o venezolano. Tristemente quiere manejarse el próximo
debate presidencial en una dicotomía inexistente entre regeneración o
catástrofe. Los abanderados de la primera son aquellos que consideran
inaceptable sentarse en un mismo recinto con los exmilitantes de la farc y
consideran que permitir la participación en política de los exguerrilleros nos
llevara directo a Venezuela. Las gentes decentes no pueden permitirse el lujo
de compartir con genocidas en una misma sala. Todos los que contraríen esa
postura son inocentes pecadores o malvados farsantes que desean llevar a la nación al desastre. Y mientras transcurre esta eterna y estéril
discusión que se prolongara hasta mayo o junio del año entrante, nada se habla del
modelo económico ni de los tratados de libre comercio firmados los últimos años
que sin darnos cuenta han instaurado un nuevo derecho en Colombia ni mucho
menos de la galopante corrupción que permite que personajes de la talla del
último gerente de la campaña de Santos confiese en entrevistas radiales sus
fechorías mientras sus contrincantes en la segunda vuelta del 2014 tenían entre los directivos de campaña a asesores
directos de Odebrecht sin que autoridad alguna los requiera por nada.
El menor de los problemas de
Colombia es que Timochenko sea o no candidato
presidencial. El mayor problema del país es que se utilice esa candidatura para
distraer una vez más los problemas reales mientras las esposas de ñoños y los
hijos de kikos intentan tomarse en nombre de sus sufridos familiares el Estado
por asalto. Ojala no sigamos otros 20 años combatiendo los molinos de viento
mientras los astutos zorros de siempre continúan de fiesta.