miércoles, 24 de abril de 2013

Unas preguntas sobre el proceso de paz


La intolerancia del gobierno colombiano con cualquier comentario o crítica que se realiza sobre el proceso de paz contrasta con la permisividad y el vocabulario diplomático con el cual se refiere a su contraparte en actos públicos y  privados. Pareciera que de tanto repetir las palabras “conflicto armado” y “delito político”, el Gobierno se ha convencido a sí mismo que está ante un grupo de alzados en armas que aunque ha cometido el delito de rebelión, únicamente tiene delitos menores conexos al principal. Siendo bastante generoso, está percepción de la realidad  podría tener  alguna relación con los hechos hace veinte años cuando el negociador principal Humberto de la Calle era Ministro de Gobierno, el Ministro de Trabajo Rafael Pardo era Ministro de Defensa, el Presidente Santos era Ministro de Comercio Exterior, el Ministro de Hacienda Mauricio Cárdenas era Ministro de Desarrollo, el Ministro de Agricultura Juan Camilo Restrepo era Ministro de Minas , el Ministro del Interior Fernando Carrillo eral Ministro de Justicia y el Director del Partido de la U Aurelio Iragorri era Presidente del Congreso. Es decir, cuando gobernaban los mismos, en la Presidencia de Cesar Gaviria, quien llegó al poder al ser designado por el hijo mayor de Galán  como heredero de las banderas de su padre, y una vez posesionado impulso una agenda completamente opuesta a la galanista, para lo cual no dudo en hacer concesiones a criminales como Pablo Escobar para  su ” entrega” en 1991 y alianzas con Alberto Santofimio Botero en el Congreso de la República.  Si Galán fue asesinado el 18 de agosto de 1989, las ideas por las cuales sacrificó su vida desaparecieron en el momento que Gaviria fue ungido como su sucesor.
En aquellos años, apenas iniciaba la participación de las farc en actividades relacionadas con el narcotráfico y los hechos de violencia que desarrollaba no tenían las características demenciales y sanguinarias que caracterizarían su accionar de los años siguientes. Con abundantes recursos económicos producto del narcotráfico y un evidente control de algunas zonas del país, se realizarían los diálogos de paz durante el Gobierno de Andrés Pastrana que permitieron comenzar a desenmascarar a los “rebeldes” colombianos ante el mundo como una organización que violaba cuanto derecho individual o colectivo existiere no sólo de la población civil, sino también de sus integrantes, especialmente de los niños y niñas reclutados bajo amenaza y condenados a vivir una opción vida que nunca eligieron. Entre tanto, la “organización rebelde” imponía récords mundiales en tiempo de retención contra su voluntad de civiles y militares, además de convertir en método de guerra la utilización de cilindros de gas, bombas  explosivas y  minas antipersonales.  Con las políticas adelantadas en los ocho años de gobierno de Uribe las farc perdieron la fuerza militar y territorial que alcanzaron a tener a finales de los noventa y perdieron su puesto en la agenda de los problemas colombianos. Con la llegada de Santos y el desarrollo de un proceso de paz a la sombra auspiciado por  dos países que no han demostrado neutralidad en la confrontación entre Estado Colombiano y farc, surgen inquietudes legítimas que trascienden la militancia política de quien las realiza.
Durante el proceso de desmovilización de las autodefensas, se repetían hasta el cansancio las palabras verdad, justicia y reparación para indicar que serían éstos los ejes de un proceso que buscaba compensar reducidas penas de prisión con la realización de estos tres fines. La alianza de los políticos con grupos de autodefensa fue sancionada por la justicia colombiana en decenas de procesos contra los líderes que decidieron unirse a estos grupos armados para conseguir dividendos políticos. La queja permanente eran las bajas penas que debían pagar delincuentes que habían cometido aterradores crímenes en diversas zonas de Colombia.
En el proceso de paz que se adelanta en La Habana no puede siquiera mencionarse el tema de verdad, justicia, reparación a las víctimas y mucho menos puede ponerse sobre la mesa la posibilidad que algunos de los miembros de las farc deban pasar un tiempo en prisión por los crímenes cometidos que no tiene conexidad alguna con la rebelión. El caso de Hernán Darío Velásquez “alias el Paisa” es bastante relevante.  Pocas de sus víctimas han sobrevivido para clamar justicia. La familia Turbay Cote, los diputados del Valle, los Concejales de Puerto Rico (Caquetá), y La Rivera (Huila),Luis Francisco Cuellar, Gobernador del Caquetá y las personas asesinadas y heridas en el atentado al Club El Nogal por solo mencionar algunas. En Youtube se puede observar los videos de este “comandante revolucionario” dando instrucciones en la preparación de algunos de estos “actos rebeldes”.  ¿Cómo explicar a cualquier ciudadano, que un delincuente que publicita sus delitos en redes sociales no deberá pagar un día de prisión por delitos de lesa humanidad por pertenecer a un grupo “alzado en armas contra el Estado?  Y en la eventualidad que se considerara esa posibilidad,  ¿no debería por lo menos contar toda la verdad sobre los delitos en que participó?.  La “organización rebelde” se niega siquiera a pedir perdón por los miles de crímenes cometidos y siempre contraataca declarándose víctima con un discurso del siglo pasado.  El proceso de paz se soporta en la negativa de una de las partes a la verdad, la justicia y la reparación a sus víctimas.
Decir esto no significa que alguien sea de la extrema derecha, pertenezca a la oligarquía que se opone a los cambios en beneficio del pueblo o impida que la sociedad colombiana logre algún día la paz. Al contrario, es el momento de realizar preguntas y exigir respuestas para evitar que los mismos que negociaron con Pablo Escobar hace veinte años, nos dejen a las puertas de otra Catedral con la justificación que es “para el bien de todos”.

miércoles, 3 de abril de 2013

Chávez y la revolución del humo


A pocos días de cumplirse un mes del anuncio del gobierno venezolano de la muerte del “Comandante máximo de la Revolución Bolivariana” o “Cristo de los Pobres “, como lo llama su sucesor Nicolás Maduro es preciso realizar alguna reflexión sobre la entidad de la presunta revolución ocurrida en Venezuela después de catorce años de gobierno del Coronel Hugo Chávez.
Cuando Chávez asumió la Presidencia de la República en 1999 el precio del barril de petróleo no alcanzaba los nueve dólares y la situación económica era precaria debido a varios lustros de bajos precios del crudo, situación que  ocasionó la adopción de medidas de ajuste económico en los segundos mandatos de los gobiernos de Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, quienes habían gobernado en épocas pretéritas en plena bonanza económica por el elevado costo del barril de petróleo que se presentó en la década de los setenta. Ambos expresidentes eran recordados por la infinita generosidad con la cual repartieron recursos en sus primeros mandatos y el  recuerdo de esa época fue fundamental para sus reelecciones.
El nuevo presidente proponía algunas reformas institucionales, consideraba que Cuba era gobernada por una dictadura y descartaba reformas que atentaran contra el derecho de propiedad en su país. La conversión en  “Comandante” de la “Revolución Bolivariana” fue concretándose en la medida que los precios del barril del petróleo se dispararon, aunado a un acercamiento a la dinastía que gobierna Cuba y al intento de derrocamiento en 2002. Manejando en menos cinco años un presupuesto que cuando menos cuadriplicaba el de su antecesor, el Presidente y su equipo dieron el remoquete de socialista a su gobierno y promocionaron la distribución de renta como  algo que ocurría por sus preferencia ideológicas y no por el alto precio internacional del petróleo. Con fondos  en las arcas jamás imaginados en 1999, poco quedaba ya del tímido Coronel que había llegado al poder como símbolo de cambio, abriéndose paso al megalómano que hablaba varias horas por televisión de cuanto tema existiera a semejanza de su inspirador Fidel Castro (según El diario El Universal  entre 1999 y 2010 había transmitido más de 1.300 horas en 2.000 alocuciones en cadena nacional.[1]), siendo  el paso siguiente el logro del control total del Estado, para lo cual era necesario lograr el quebrantamiento de la división de poderes, ahogar cualquier expresión contraria a sus políticas y crear enemigos que permitieran inventar una  cruenta lucha  para la cual  el Comandante había sido llamado por la historia a salvar a su patria.
El poder legislativo trasladó sus funciones al ejecutivo mediante las denominadas leyes habilitantes por medio de las cuales autorizó al Presidente a legislar en su lugar y bajo cuya modalidad se expidieron 224 normas entre 1999 y 2012. Entre 2006 y 2011 la Presidencia de la Asamblea Nacional fue ejercida por Cilia Flores, esposa del Canciller Nicolás Maduro. Con el poder judicial, debido a la ausencia de mayoría automática en el Tribunal Supremo se resolvió modificar su composición en mayo de 2004  pasando de 20 a 32 integrantes, situación que tuvo como consecuencia el  control del máximo tribunal de justicia  por magistrados afines a la “revolución.” La obsesión por acallar las voces contrarias a las políticas oficialistas fue otra de las “batallas” que libró decididamente el gobierno revolucionario, situación para  lo cual las renovaciones de licencias fueron un  elemento decisivo para acallar voces de contradictores públicos cumpliendo todos los requisitos de ley. Sin embargo, su lucha más frontal fue contra el gobierno  imperialista de Estados Unidos al cual no dudaba en insultar en público pero en privado mantenía unas vigorosas relaciones comerciales que lo convertían en el tercer socio comercial de Estados Unidos en la región, solo superado por México y Brasil sin existir entre su país y el norteamericano un Tratado de Libre Comercio.
El siglo XXI ha sido de abundancia para los venezolanos por los precios del petróleo que han permitido mejorar de manera sustancia los recursos del gobierno y la respectiva redistribución de los mismos a la población. Más de una década después de este periodo de oro no se ha creado riqueza en ese país. La iniciativa privada ha sido herida de muerte por un gobierno que aplica políticas que no respetan la propiedad privada y no estimulan a nacionales y extranjeros a invertir recursos o capital humano en el país debido  a la promulgación de añejas y fracasadas ideas sobre la división de la sociedad entre buenos y malos. Una década que debió marcar un cambio coyuntural en una nación afortunada por la naturaleza fue desperdiciada dividiendo a la sociedad y auspiciando la confrontación entre iguales. La revolución consistió en cambiar el sistema democrático en el cual es fundamental la división de poderes y la oposición por la imposición de un gobernante vitalicio, todopoderoso, sin vigilancia de nadie que por refrendar su poder en elecciones desiguales cada seis años tenía la autoridad para gobernar sin rendir cuentas a nadie diferente a su persona.. Solo la temprana desaparición del “Comandante Supremo” impidió que éste condenara a los habitantes de su país a vivir  gobernados por el mismo breve periodo que llevan en Cuba los Castro. Y a pesar de tener todo a su favor, el país que más armas compra de la región en mercados internacionales es a su vez el más violento, refugio predilecto de narcotraficantes y terroristas de Colombia y otros lugares. La deuda externa desbordada, la inflación descontrolada, el cambio de divisas desenfrenado, la producción de PDVSA por debajo de su capacidad en los mayores años de precio del petróleo con el triple de empleados a su servicio son apenas algunas de las herencias que el aplomado diplomático Nicolas Maduro y su esposa Cilia, pareja que seguramente aspirara a dirigir la “revolución” las próximas dos décadas, deberá afrontar en los próximos meses, porque pareciera que ni siquiera un barril de crudo a los actuales precios podrá contener la  caída de una “revolución” que lejos de obras concretas, lo único que dejara como recuerdo es la retórica de su carismático líder.





[1] Diario El Universal, 15 de febrero de 2011.