Al conocer la
imposibilidad de ser reelecto en su cargo de presidente de la república, Don
Miguel Antonio Caro quien ejercía la presidencia de Colombia en propiedad desde
septiembre de 1894 después de la muerte de Rafael Nuñez pero en realidad era la
cabeza del ejecutivo desde años atrás en su calidad de vicepresidente de la
república quien ocupaba las largas ausencia temporales del presidente, el
ultracatólico y autoritario líder conservador se dio a la tarea de escoger como candidatos a la
presidencia y vicepresidencia del sexenio 1898-1904 a dos ciudadanos que
tuvieran la obediencia y sumisión a él como las virtudes más importantes de su
personalidad. Escogió al octogenario Manuel Antonio Sanclemente como
candidato a la presidencia y José Manuel Marroquín a la vicepresidencia. Elegidos
para esos cargos, Sanclemente no pudo posesionarse como presidente por razones de salud y Marroquín asumió el
cargo nombrando un gabinete con
funcionarios diferentes a los sugeridos por Caro y ofreciendo unas reformas que contrariaban
las ideas caristas. Desde ese momento, Miguel Antonio Caro se convirtió en el
mayor opositor del gobierno que él había elegido y todas sus fuerzas se
concentraron en torpedear las ejecutorias del gobierno de Marroquín. El
enfrentamiento entre presidente y vicepresidente terminó con un golpe de estado
mediante el cual Marroquín se apropió de la presidencia. En ese sexenio el país
padeció la guerra de los mil días. A mediados de 1903, Caro como Senador se
opuso exitosamente a la aprobación del Tratado entre Estados Unidos y Colombia
para la construcción del Canal de Panamá por considerar, entre otras cosas, excesivas las concesiones entregadas a los
norteamericanos. En Noviembre de 1903 Panamá se separaba de Colombia.[1] Este mesiánico personaje prefirió incendiar el
país, auspiciar una de las peores guerras de la historia colombiana y dar la
puntada final para la pérdida de Panamá antes de perdonar al traidor que oso
ejercer la presidencia de Colombia sin seguir sus instrucciones.
Debido que nuestra
historia se repite de manera recurrente, un siglo después, el presidente que
impuso la candidatura de su Ministro de Defensa a la presidencia debido a la mala idea de su ungido de gobernar
sin pedirle permiso se convirtió en el más recio opositor de su antiguo
patrocinado. Su posición frente al proceso de paz se fue recrudeciendo en la
medida en que fueron avanzando de manera exitosa las negociaciones que su exministro
adelantaba con las farc. Aunque Uribe como presidente a través de su
Comisionado de Paz trató de lograr acercamientos con la guerrilla para lograr
avances en una terminación del conflicto que incluyeron la liberación sin
contraprestación de líderes de ese movimiento como alías Rodrigo Granda, su
posición respecto de los diálogos de Santos siempre ha sido negativa, tildando
la postura del actual gobierno de entreguista y propiciadora de la impunidad.
El fin del conflicto que imagina el presidente pasa por ver a los cabecillas de
la guerrilla muertos, encarcelados o desterrados mientras entregan sus armas,
permitiendo generosamente la participación en política de los impúberes de la
organización guerrillera. La negociación
sobre temas de propiedad rural es calificada como una traición y pareciera que
nada debe ser cambiado en el país con mayor inequidad de América Latina después
de Haití. Al igual que Caro hace un siglo, Uribe prefiere incendiar al país
antes de dar una oportunidad para la paz con argumentos tan frágiles como el
costo del cumplimiento de los acuerdos. Los sacrificios económicos se
justifican en su sentir únicamente para aniquilar a las farc por la vía
militar. Nadie tiene derecho a preguntar por costos y medios de pago cuando esos
son los motivos. Todos los gastos en que se incurrirá por cumplir lo pactado
entre gobierno y farc son recursos perdidos. Mientras sus áulicos lo aplauden
el padrino político del actual presidente recorre ciudades y pueblos de
Colombia haciendo lo que más le gusta: dividir. La derrota que sufrirá el
próximo 2 de octubre marcara el inicio de una nueva etapa en Colombia en la
cual el país podrá decir que aprendió las lecciones del pasado. No sería justo
que viviéramos otro siglo de guerra por la arrogancia de un líder que se niega
a reconocer que su hora ha terminado.
[1] El
Libro Odios Fríos de Gonzalo España (Grijalbo. 2016) describe de maneara
inmejorable la atmósfera del poder a finales del siglo XIX en Colombia.
Estimado Miguel Angel: Gran columna. Inmejorable comparación.
ResponderEliminarExcelente comparación!, aunque sería bueno preguntarse si la vanidad de Marroquín es comparable con la de Santos, Un abrazo.
ResponderEliminarDesgracia para Colombia el triunfo del NO. Envalentono al monstruo satánico irresponsable. Colombia pais de cafres dijo alguien mas inteligente. Será que nos nerecemos ésta tragedia?
ResponderEliminarHasta ahora lo leo, y aunque formo parte de la otra orilla, el simil historico esta magnificamente documentado y hoy casi un año despues de su publicacion es completamente vigente.
ResponderEliminarHasta ahora lo leo, y aunque formo parte de la otra orilla, el simil historico esta magnificamente documentado y hoy casi un año despues de su publicacion es completamente vigente.
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