A pocos días de cumplirse un
mes del anuncio del gobierno venezolano de la muerte del “Comandante máximo de
la Revolución Bolivariana” o “Cristo de los Pobres “, como lo llama su sucesor
Nicolás Maduro es preciso realizar alguna reflexión sobre la entidad de la
presunta revolución ocurrida en Venezuela después de catorce años de gobierno
del Coronel Hugo Chávez.
Cuando Chávez asumió la
Presidencia de la República en 1999 el precio del barril de petróleo no
alcanzaba los nueve dólares y la situación económica era precaria debido a
varios lustros de bajos precios del crudo, situación que ocasionó la adopción de medidas de ajuste
económico en los segundos mandatos de los gobiernos de Carlos Andrés Pérez y
Rafael Caldera, quienes habían gobernado en épocas pretéritas en plena bonanza
económica por el elevado costo del barril de petróleo que se presentó en la
década de los setenta. Ambos expresidentes eran recordados por la infinita
generosidad con la cual repartieron recursos en sus primeros mandatos y el recuerdo de esa época fue fundamental para
sus reelecciones.
El nuevo presidente proponía
algunas reformas institucionales, consideraba que Cuba era gobernada por una
dictadura y descartaba reformas que atentaran contra el derecho de propiedad en
su país. La conversión en “Comandante”
de la “Revolución Bolivariana” fue concretándose en la medida que los precios
del barril del petróleo se dispararon, aunado a un acercamiento a la dinastía
que gobierna Cuba y al intento de derrocamiento en 2002. Manejando en menos
cinco años un presupuesto que cuando menos cuadriplicaba el de su antecesor, el
Presidente y su equipo dieron el remoquete de socialista a su gobierno y
promocionaron la distribución de renta como algo que ocurría por sus preferencia ideológicas
y no por el alto precio internacional del petróleo. Con fondos en las arcas jamás imaginados en 1999, poco
quedaba ya del tímido Coronel que había llegado al poder como símbolo de
cambio, abriéndose paso al megalómano que hablaba varias horas por televisión
de cuanto tema existiera a semejanza de su inspirador Fidel Castro (según
El diario El Universal entre 1999 y 2010
había transmitido más de 1.300 horas en 2.000 alocuciones en cadena nacional.[1]),
siendo el paso siguiente el logro del
control total del Estado, para lo cual era necesario lograr el quebrantamiento
de la división de poderes, ahogar cualquier expresión contraria a sus políticas
y crear enemigos que permitieran inventar una
cruenta lucha para la cual el Comandante había sido llamado por la
historia a salvar a su patria.
El poder legislativo
trasladó sus funciones al ejecutivo mediante las denominadas leyes habilitantes
por medio de las cuales autorizó al Presidente a legislar en su lugar y bajo
cuya modalidad se expidieron 224 normas entre 1999 y 2012. Entre 2006 y 2011 la
Presidencia de la Asamblea Nacional fue ejercida por Cilia Flores, esposa del
Canciller Nicolás Maduro. Con el poder judicial, debido a la ausencia de
mayoría automática en el Tribunal Supremo se resolvió modificar su composición
en mayo de 2004 pasando de 20 a 32
integrantes, situación que tuvo como consecuencia el control del máximo tribunal de justicia por magistrados afines a la “revolución.” La
obsesión por acallar las voces contrarias a las políticas oficialistas fue otra
de las “batallas” que libró decididamente el gobierno revolucionario, situación
para lo cual las renovaciones de
licencias fueron un elemento decisivo
para acallar voces de contradictores públicos cumpliendo todos los requisitos
de ley. Sin embargo, su lucha más frontal fue contra el gobierno imperialista de Estados Unidos al cual no
dudaba en insultar en público pero en privado mantenía unas vigorosas
relaciones comerciales que lo convertían en el tercer socio comercial de
Estados Unidos en la región, solo superado por México y Brasil sin existir
entre su país y el norteamericano un Tratado de Libre Comercio.
El siglo XXI ha sido de
abundancia para los venezolanos por los precios del petróleo que han permitido mejorar
de manera sustancia los recursos del gobierno y la respectiva redistribución de
los mismos a la población. Más de una década después de este periodo de oro no
se ha creado riqueza en ese país. La iniciativa privada ha sido herida de
muerte por un gobierno que aplica políticas que no respetan la propiedad
privada y no estimulan a nacionales y extranjeros a invertir recursos o capital
humano en el país debido a la promulgación
de añejas y fracasadas ideas sobre la división de la sociedad entre buenos y
malos. Una década que debió marcar un cambio coyuntural en una nación
afortunada por la naturaleza fue desperdiciada dividiendo a la sociedad y
auspiciando la confrontación entre iguales. La revolución consistió en cambiar
el sistema democrático en el cual es fundamental la división de poderes y la
oposición por la imposición de un gobernante vitalicio, todopoderoso, sin
vigilancia de nadie que por refrendar su poder en elecciones desiguales cada
seis años tenía la autoridad para gobernar sin rendir cuentas a nadie diferente
a su persona.. Solo la temprana desaparición del “Comandante Supremo” impidió
que éste condenara a los habitantes de su país a vivir gobernados por el mismo breve periodo que
llevan en Cuba los Castro. Y a pesar de tener todo a su favor, el país que más
armas compra de la región en mercados internacionales es a su vez el más
violento, refugio predilecto de narcotraficantes y terroristas de Colombia y
otros lugares. La deuda externa desbordada, la inflación descontrolada, el
cambio de divisas desenfrenado, la producción de PDVSA por debajo de su
capacidad en los mayores años de precio del petróleo con el triple de empleados
a su servicio son apenas algunas de las herencias que el aplomado diplomático
Nicolas Maduro y su esposa Cilia, pareja que seguramente aspirara a dirigir la “revolución”
las próximas dos décadas, deberá afrontar en los próximos meses, porque
pareciera que ni siquiera un barril de crudo a los actuales precios podrá contener
la caída de una “revolución” que lejos
de obras concretas, lo único que dejara como recuerdo es la retórica de su carismático
líder.
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