Cuando en
abril de 2013 María Corina Machado y dieciséis parlamentarios fueron agredidos
físicamente en el recinto de la Asambleas Nacional por congresistas del partido
del elegido presidente Maduro, la comunidad internacional considero que tal
situación se refería al orden interno de la república bolivariana. Cuando a
inicios del año pasado se presentaron protestas en diferentes lugares de
Venezuela, en las cuales grupos de ciudadanos se movilizaron para solicitar
cambios en las políticas del país que evitaran la ruina a todos los habitantes del país sin
distingo de credo político y fueron reprimidos por el Gobierno de Nicolás Maduro,
la comunidad internacional no realizó comentario alguno sobre el particular.(
http://ingenuidaddemocratica.blogspot.com/2014/03/venezuela-entre-la-indiferencia-y-la.html
) El encarcelamiento y posterior procesamiento de los líderes de la oposición Leopoldo
López y Antonio Ledezma por unos cargos tan inverosímiles como absurdos no
origino ningún reclamo de gobiernos ni organismos internacionales. El Gobierno
de Maduro se acostumbró a violar los derechos humanos a la luz del día y con la
mirada complaciente de todas las naciones sudamericanas que debido a la
diplomacia petrolera de Chávez tenían favores y deudas pendientes con el país
de la revolución del Siglo XXI.
Por los
históricos lazos de hermandad que Colombia tiene con Venezuela, extraño a los venezolanos la posición “respetuosa” y “diplomática”
de Colombia ante su crisis. El régimen de Chávez y Maduro aniquiló de hecho la
división de poderes. Las leyes habilitantes le han permitido gobernar sin Congreso
y la rama judicial obedece órdenes del palacio de Miraflores. Debido a que el
domicilio de los cabecillas de las farc desde hace más de un lustro es
Venezuela y éste gobierno fue designado
garante del proceso de paz con esa organización, la justificación de la actitud
apática del gobierno colombiano ante la tragedia venezolana eran los superiores
intereses de la paz colombiana. Fue tal el grado de sumisión internacional del gobierno
colombiano que avaló la candidatura del expresidente Samper a la Secretaría de
la Unasur, a sabiendas que su nombramiento era patrocinado por Maduro y Correa.
No bien llegado a ese cargo, el nuevo Secretario se convirtió en un vocero de
Maduro y su gobierno, destacando la legitimidad del régimen en cuanto
pronunciamiento público realizaba.
Nunca pensó el
Gobierno del presidente Santos que el vecino que vulneraba los derechos
fundamentales de los ciudadanos de su país con total impunidad comenzaría a
atropellar a ciudadanos colombianos con la finalidad de distraer la atención sobre
los severos problemas económicas que afronta su nación y hoy son inocultables
con un barril de petróleo a la mitad del valor de cuando se posesionó Maduro.
Las medidas adoptadas en varios municipios del Estado del Táchira y la
expulsión de miles de colombianos son el inicio de las provocaciones con un
país vecino para cambiar la agenda interna de su país. La imagen de un
presidente vociferando insultos y al instante bailando cumbias con banderas de
ambos países parece sacado de las páginas del bestiario tropical de Alfredo
Iriarte.
Ahora, con
miles de nacionales expulsados y la normatividad
internacional vulnerada por el gobierno venezolano, el país que comando la indiferencia
internacional ante lo ocurrido a sus vecinos pretende que las demás naciones sudamericanas
se unan a su condena antes las actitudes del déspota venezolano. Tuvo que vivir
en carne propia Colombia los atropellos del régimen de maduro para convocar a
la comunidad internacional a manifestarse sobre el particular. Parecería tarde.
Los Evos y Correas del continente no suscribirán condena alguna contra la
satrapía venezolana. Se justificaran, como lo ha hecho el Gobierno de Colombia
durante los últimos cinco años, en que ese no es un problema de ellos. Las
organizaciones no gubernamentales, tan atentas a las violaciones de los
derechos humanos en los setenta ni siquiera consideraran el asunto. Los Castro
llevan medio siglo encarcelando, desapareciendo y asesinando opositores y son
recibidos con aplausos revolucionarios a cuanto foro asisten. Los déspotas de
izquierda parecieran tener patente de corso para violar los derechos humanos. Colombia está recibiendo un castigo por su indiferencia.
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