Aunque Iván Duque se posesionó
el 7 de agosto pasado, su gobierno arrancó el jueves después del atroz atentado
a la Escuela de Cadetes de la Policía Nacional. El presidente vacilante que no
parecía tener ningún tema que fuera su referente, encontró con posterioridad al
atentado un tema para que su agenda fuera visibilizada por el país. Dos
intervenciones en 24 horas, la primera en tono moderado y de estadista y la
segunda de candidato presidencial en busca de aplausos y favorabilidad marcan
el reinicio de su gobierno. Pareciera haberse reencontrado con sus electores,
los cuales comenzando por su mentor aplaudieron a rabiar su segunda intervención,
en la cual solicitó al país garante de los diálogos con el ELN la entrega
inmediata de los negociadores de ese grupo por el crimen contra la Policía
Nacional.
Previo a este nuevo panorama,
se había presentado en los últimos dos meses del año pasado la movilización
estudiantil que culminó con un acuerdo en el cual el Gobierno se comprometió a
aumentar el presupuesto para la educación en los próximos años. Por primera vez
en muchas décadas el Estado no tenía la justificación para desechar las
pretensiones de los estudiantes consistente en que ella fuera producto de una
infiltración de grupos insurgentes que buscaban desestabilizar nuestras sólidas
instituciones. Parecía que uno de los principales logros del proceso firmado
con las farc era precisamente la recuperación de la protesta social lejana de
etiquetas por parte de sus contradictores que tendría como consecuencia la
mirada a problemas desechados por años debido al combate contra un enemigo que
abarcaba todo el tiempo y fuerzas del gobierno. La lucha contra la insurgencia
en los setenta y ochenta , seguida de la lucha contra enemigos públicos como
los carteles de Medellín y Cali permitió que muchos debates fueran aplazados
indefinidamente. La narrativa actual da cuenta de la historia de un salvador
que llegó a inicios de siglo y liberó a Colombia del más infeliz destino gracias
a su trabajo dedicado y sereno. El sucesor del ungido resolvió poner fin por un
acuerdo político al mayor enemigo de nuestro salvador y ello desencadenó la ira
de su auspiciador, quien regresó a la política para imponer su evangelio y
erradicar de faz de la tierra esa falsa doctrina según las cual, es mejor
resolver las cosas hablando. De esta manera, su tarea el último lustro ha sido
demostrar que nada más perjudicial para el país que la desmovilización de un
grupo insurgente. A pesar de haber ganado la presidencia por interpuesta
persona, era evidente que su relato era incompleto sin un enemigo al cual doblegar.
Trataron de presentar un iletrado disidente de las farc como la encarnación del
mal pero al parecer ese relató no fue registrado ni por su áulicos más fieles.
El pasado jueves, a pocas horas de ocurrido el demencial ataque contra los
policías, nuestro salvador decía sin asomo alguno de vergüenza ni escrúpulos
que la causa última de este infame ataque era el proceso de paz. Hoy, después
de marchar, y antes de ir a misa como buen cristiano, repitió en cuanto
micrófono pudo que los atentados eran consecuencia de los premios dados a las
farc en el pasado y que dicho error no se podía repetir.
Tener un enemigo que vencer
desde hace medio siglo ha permitido
desviar la atención del país de asuntos fundamentales con la finalidad que
gobierno tras otro hagan lo que quieran mientras nos defienden. Gaviria vendió
medio país mientras nos salvaba de Escobar, Samper permitió que los políticos
que lo sostuvieran se robaran instituciones públicas mientras lideraba la
guerra contra las drogas. Pastrana y Uribe llegaron al poder por las farc (uno
para negociar con ellas y el otro para combatirlas) y Santos llegó a la
presidencia a continuar el legado del hombre que “partió “ la historia en dos
según nos informa el último comercial de su partido, el centro democrático.
Duque llegó a la presidencia y al no
tener un enemigo al cual vencer corría la desventura de tener que comenzar a
tratar asuntos aplazados por años. Por suerte para él y su jefe, los hechos del
jueves permiten poner las fichas del juego en orden de nuevo. Su misión es
comandar la guerra contra el caduco, intolerante, sectario y asesino ejecito de
liberación nacional de cuya victoria depende el futuro de la república. Debido
a que muchos de los ancianos comandantes de este grupo residen en Venezuela, el
siguiente paso será solicitar su entrega so pena de acusar esa nación de
encubridora de terroristas y subir aún más la temperatura de esa olla de
presión que es el país vecino.
Y ¿las discusiones sobre
educación, reformas, fiscal cuestionado, aportes ilegales de Odebrecht a las
dos últimas campañas presidenciales,? Quedaran a un lado. Llegó el momento de
concentrarse en nuestro único objetivo para seguir siendo un Estado viable: la
guerra contra el ELN y las disidencias de farc. Lo demás puede esperar otros cincuenta años.
LA HISTERIA SE REPITE
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