Doce años después de su
llegada a la presidencia, el país se apresta a reelegir por tercera vez a
Alvaro Uribe. En 2006 en nombre propio, en 2010 en el cuerpo de Santos y ahora representado por Zuluaga, el líder político más influyente de
nuestra época obtendrá su cuarta victoria consecutiva en elecciones presidenciales
desde 2002. En Colombia participa solo el 50% de los ciudadanos con derecho a votar
en las elecciones. La cuarta parte de
esos habituales sufragantes son uribistas convencidos de las bondades de los
ocho años del gobierno de la seguridad democrática que consideran lamentable
que el líder que dirigió la
transformación de Colombia no pudiera quedarse de manera vitalicia en el cargo
de presidente. Para remediar esa situación, hace cuatro años votaron por el
candidato que recibió la bendición del elegido y ahora, cuatro años después, lo
harán por el candidato designado por el partido creado y dirigido por el
exmandatario traicionado por su antiguo ministro de defensa.
La oposición al proceso de
paz durante el gobierno de Andrés Pastrana lo impulsó a nivel nacional durante
el segundo semestre de 2001. Con el rompimiento de los diálogos en febrero de
2002, a menos de tres meses de las elecciones presidenciales, Uribe recogió a
su favor la indignación nacional contra la prepotencia de las farc durante el
proceso del Caguán y ganó las elecciones en la primera vuelta presidencial que
se convirtió en un plebiscito contra esa organización guerrillera. Su estilo
trabajador y combativo recibió un importante respaldo por parte de la opinión
pública, situación que le permitió tener durante sus ochos años de gobierno un
alto nivel de popularidad, a pesar de los escándalos que llevaron a los
estrados judiciales a sus más cercanos funcionarios. Si bien Uribe recupero la
seguridad y atrajo la inversión extranjera, sus actuaciones en materia de
derechos humanos y respetos por las demás instituciones dejaron mucho que
desear. El Departamento Administrativo de Seguridad fue puesto al servicio de
actividades delictivas por instrucciones de funcionarios cercanos al presidente
de la república. Pareciera que mientras
el presidente mantuviera su actitud firme contra las farc era permitido que en
su gobierno se realizaran cualquier clase de actividades, fuera éstas lícitas o
no. Recibir delincuentes en el palacio
presidencial, armas complots contra funcionarios de la rama judicial, insultar
y amenazar con golpear a personas cercanas, instar a pelear a presidentes de
países vecinos eran situaciones que eran recibidas con gracia por sus fieles
seguidores que las interpretaban como muestras del carácter que ninguno de los
presidentes anteriores había tenido hasta ese momento. Para bien o para mal,
Uribe representa los valores de la nueva Colombia surgida después de los setenta
y los ochenta con la movilidad social obtenida por contrabandistas y narcotraficantes donde se
celebra el resultado pero nunca se pregunta por los medios. Cuando los
congresistas de su coalición comenzaron a ser detenidos por sus vínculos con
organizaciones criminales, lejos de realizar una reflexión sobre el asunto,
Uribe solicitó a todos que votaran por los proyectos del gobierno en el
Congreso antes de que fueran a la cárcel.
Fue gracias a los votos del presidente Uribe y ante la imposibilidad de
éste de reelegirse en nombre propio por segunda vez que Juan Manuel Santos
llegó al poder en 2010.
Las diferencias entre Uribe
y Santos terminaron por acabar la relación entre ambos y convirtieron al
expresidente en uno de sus más acérrimos opositores durante este cuatrenio de
gobierno que termina. Causaba gracia ver al expresidente acusando a Santos de
realizar las mismas maniobras politiqueras que él realizo durante ocho años. La
única diferencia de fondo entre ambos, es que mientras Uribe nombraba como
embajadores a personajes como Edgar Perea o Carlos Moreno de Caro, Santos
nombraba a Yo,JoseGabriel. Con el
presupuesto y los cargos públicos a su disposición el actual presidente armó
una arrolladora aplanadora parlamentaria que le permitía aprobar los proyectos
que fueran de su interés en el Congreso. Santos y su equipo de gobierno
desdeñaron la importancia política de su mentor y dieron como cierta de manera
anticipada su reelección considerando las elecciones como un mero formalismo.
Mientras esto ocurría, Uribe se reincorporó a la política activa, creo un
partido político, se lanzó con una lista cerrada al Senado y en una convención
de sus seguidores designó a Oscar Iván Zuluaga como su candidato a la
presidencia. En medio de una campaña aburrida y sin propuestas, los dos
candidatos con más favorabilidad se encargaron de demostrarnos todos los días
que no tienen ningún límite legal, ético ni moral con tal de cumplir su
objetivo de lograr la presidencia. Ambos son hijos del mismo padre. No importa
como lo hagan, lo importante es que ganen. El resto lo manejamos después.
El tema de la paz ha sido el
único asunto diferenciador del actual debate electoral. El presidente vende su
producto indicando que quedan solo dos puntos de la agenda acordada con las
farc y para salvar la posibilidad de un acuerdo, él está dispuesto a
sacrificarse por el país otros cuatro años. Aunque no hay debate ni
intervención en que no repita que la paz no es suya sino del país, el único
argumento para solicitar el voto por su continuidad es el proceso de paz. Del
otro lado, Zuluaga muy al estilo del actual presidente ha cambiado de posición
hasta llegar a manifestar que continuara el actual proceso si las farc cumple
algunas condiciones. Y la anterior, es la única diferencia entre los dos
candidatos a la presidencia. En materia económica su propuesta es la misma, en
el asunto minero, ambos hicieron parte
del gobierno de Uribe que entregó siete millones de Has en títulos, incluidas
miles en páramos y no piensan modificar nada sobre el particular. Y de los
demás temas ni hablan. Para los seguidores del Zorro los que votan por el
presidente quieren ayudar a implantar el castrocahvismo y para los seguidores
de Santos quienes voten por su contrincante están condenado al país a una
guerra sin fin. Incluso, estos últimos, mayoritarios en las columnas de prensa
de los diarios sugieren que votar en blanco o abstenerse es hacerle el juego a
la guerra.
No nos jodan. Votar
en blanco o abstenerse en un derecho que tenemos los que consideramos que el
país ya eligió el pasado 25 de mayo. Eligió seguir igual, gobernado por los mismos
que lo mantienen en el estado en que se encuentran hace muchos años. Los
matices entre ambos aspirantes son imperceptibles. Santos depende hoy que la
votación en la Costa Caribe se duplique de la primera a la segunda vuelta para
tener alguna posibilidad de pelear la presidencia. Y eso solo se logra con
dinero contante y sonante que manejaran los mismos que se benefician gane quien
gane la presidencia. Los mismos que hace unos años fueron pastranistas, luego
uribistas, después santistas y desde agosto zuluaguistas. Tipos como Carlos
Holmes Trujillo. (Cónsul de López y Turbay, Ministro de Gaviria y Samper,
Embajador de Pastrana, Uribe y Santos y ahora candidato a la vicepresidencia) Gane cualquiera de los candidatos, el
verdadero triunfador es Alvaro Uribe. Con Zuluaga porque manejara la
presidencia y en la eventualidad de ganar Santos porque demostró que la élite
tradicional del país es capaz de unas bajezas peores que las suyas con tal de
no dejarse arrebatar el poder.
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